12/21/2008
Sonó el timbre de casa. Ya había aprendido a distinguir el tono irritado que sonaba en el timbre cuando llamaba Él. Abrí la puerta. Y entró zumbando, todo energía.
— Bueno, bueno, bueno. Buenos días por la mañana. ¿Has visto que día más glorioso ha salido hoy?
— Los días no "salen", Dios. A ver si se nos nota la omnisapiencia y hablamos con más propiedad.
— Hoy nos hemos levantado de buen humor, ¿Eh?
— Lo justo. Déjame que me espabile con un café. Siéntate. ¿Quieres uno?
— No gracias. Sólo cómo y bebo cuando me apetece. Y ahora no.
Molí el café y llené la cazoleta. Justo antes del darle al botón del agua, observó:
— Vaya, vaya. Blue Mountain Jamaicano. Cómo nos cuidamos, ¿eh?
— Mi mujer me lo compró por mi cumpleaños. Sólo lo tomo los fines de semana, "eeh?". Y por cierto, no sabía que entendieras de cafés.
— Bueno, no te imaginas el juego que se le puede sacar al sentido del olfato. Es increíble, es sorprendente cómo un aroma puede hacer presente un sabor, un recuerdo. Es una pena que el cuerpo humano no tenga mayor capacidad olfativa. Una tarde estuve en el mercado, oliendo diferentes clases de café y té.
— Y que opinaba de eso la dueña del puesto?
— Fue muy amable. Le dije la verdad, que hacía mucho tiempo que no había podido oler el aroma del café.
— Mira que bien.
Me callé para concentrarme en disfrutar del café.
— Pues había pensado que hay ciertas cuestiones de la experiencia humana que son centrales para conseguir un entendimiento cabal. Pero, la experiencia necesita eso mismo, experimentarse. Ya sabes que es muy importante cómo se expresan los deseos y las ideas, sin embargo, a veces nada puede sustituir lo que se adquiere de primera mano como parte de una vivencia...
Y allí siguió, exaltando las bondades de la practica sobre la teoría durante todo el tiempo que tardé en sorber lentamente el café. Cuando la cafeína llegó a mi cerebro me di cuenta que Él estaba atascado en mitad de un circunloquio defensivo.
— ...que el conocimiento aprehendido es de un tipo superior al que puede obtenerse mediante la mera reflexión...
— Vale, vale. Mensaje recibido. ¿Qué parte de la experiencia humana experimentaremos experimentalmente hoy?
Silencio. Algo raro estaba pasando. Agachó la cabeza y de repente me di cuenta. Las orejas. ¡Las orejas se le estaban poniendo coloradas!
— Oye, sabes que se te ...
— Sí, ya lo sé. (irritado). El cuerpo humano a veces se comporta de una manera inapropiada. Olvídate de mis orejas.
— OK, pero todavía no has contestado.
Tragó saliva y musito:
— El instinto reproductor.
Le había oído bien pero quise disfrutar el momento. Al fin y al cabo era sábado y casi me había sacado de la cama.
— ¿El instinto locomotor, has dicho?
— ¡REPRODUCTOR!
Estalló
— ¿Te refieres al sexo? (incrédulo)
— Si. (avergonzado)
Con afán vengativo, me mostré más escandalizado de lo que realmente estaba, aunque si que lo estaba un poquito.
— Vamos a ver si lo he entendido bien. ¿Quieres que vayamos juntos a "experimentar" el sexo?. No doy crédito. Vaya tela, no me digas que voy a salir de ligue con Dios. Oh,oh,oh, espera, espera. No pretenderás que nos vayamos de putas, ¿no?
Sus orejas carmesíes gritaron la respuesta. Me reí.
— ¡Vaya toalla! ¡Esto si que es grande! Yo si que voy a tener una "experiencia", como en los chistes: "va Dios a un puticlú y dice..."
No podía contener las carcajadas y su embarazo aumentaba la vis cómica de la situación. No me negarán que era jugosa. Seguí en un proceso autoalimentado de chirigotas y carcajadas, hasta que:
— ...y la puta dijo: "es que no era anatómicamente correcto". ¡Ja!. Porque, supongo que serás anatómicamente correcto, ¿no? ¡He! Te imaginas lo que diría la puta si...
Y en ese momento sus orejas pasaron del carmesí a un blanco pálido; se puso en pie de un brinco y dijo:
— ¿Puedo pasar al cuarto de baño?
Ahogándome en un mar de risas le señalé en dirección hacia la puerta. En el minuto que pasó dentro, las ocurrencias más salvajes pasaron por mi cabeza. Salió, con gesto muy digno pero un tanto capitidisminuido.
— Ya está.
Pero yo iba lanzado a toda pastilla. Me golpeaba los muslos al ritmo de la risa.
— ¿Ya esta? ¿el qué? ¡No me lo puedo creer! ¿Acaso te has autocreado una pilila para la ocasión?
Con vergüenza, confesó.
— Para ser más correctos, la he encargado.
Me dejé caer en el sofá del pasillo doblado por las carcajadas. Mirando hacia el frente con gesto adusto, fue hacia la puerta de casa. Según salía, dando un portazo, aun pudo escuchar, mi voz ahogada:
.- Ey, ¡y revísate el tema del ombligo por si algún día quieres que vayamos a la piscina!
Con un crujido sordo, el paragüero al lado de la puerta con todo lo que contenía, se convirtió en Estatua de sal.
No volvimos a hablar sobre el sexo en una buena temporada.